lunes, 15 de octubre de 2012

Guanajuato y Guadalajara


Habiéndonos despedido finalmente de la familia de Roberto y de la gran capital de México, luego de 11 días seguimos nuestro camino. Bastante tarde (tipo 1pm) para comenzar a andar, pero fue difícil despedirse y hacerse la idea de volver a viajar! Arturo, tan mediático, filmó ese momento! Los invito a verlo aquí: 


Así que tal como lo vieron, nos alejamos del D.F. rumbo a conocer más de México! Nuestro destino de ese día era llegar a la ciudad de Guanajuato, a unos 400km de distancia. La ciudad de Guanajuato es bien especial por tener una gran infraestructura vial basada en túneles. Es caractrística la imágen de estas "calles subterráneas" con semáforos e incluso estacionamientos, por debajo de la ciudad como tal. Un poco debido a esto, y también a que nos habían dicho que es muy bonita, es que quisimos ir a conocerla. 

Salir de la Ciudad de México fue bastante largo (ya que la ciudad es inmensa), pero sencillo gracias a sus carreteras urbanas. No encontramos forma de salir del D.F. sin pagar peaje, así que decidimos no complicarnos y andar ese día por la carretera con cuota (además que sino, llegaríamos muy de noche a Guanajuato ya que por la carretera federal o "libre" eran 100km más). Llegamos a un peaje electrónico que no entendimos como funcionaba y los autos se comenzaron a acumular tras nosotros así que, como buena moto chilena, nos lo pasamos por el lado. Algunos kilómetros más allá había otro cobro de peaje y nos exigían una tarjeta que supuestamente nos tendrían que haber pasado al ingresar a la carretera. Nosotros explicamos que no entendimos el sistema, que éramos extranjeros y que no está explicado en ningún lugar. Haciendo el cuento corto, debido a no sacar esa tarjeta nos cobraron la tarifa más cara de las existentes (esa tarjeta marcaba por cual portal habíamos ingresado) y no se nos permitía volver a buscarla, ni salir de ahí sin pagarla. La embarramos, tuvimos que pagar $140 pesos mexicanos ($5.250 pesos chilenos) por tan sólo ese peaje! Definitivamente nos sentimos robados. 

Nos detuvimos a almorzar en un pequeño local de comida casera económica, atendido por una señora de edad. Como es costumbre por la zona era todo muy informal y, a pesar de tener una gran lista de platos escritos en el muro exterior del local, al interior no había menú ni lista de precios. Cuando preguntamos qué había de almuerzo, nos respondió muy rápido y con una voz muy baja un montón de cosas que no entendíamos bien qué eran (pero que en ese lugar era totalmente obvio para la persona común). Nos dio un poco de verguenza no conocer los platos (en general, la gente en México no entiende cómo uno no puede entender lo que dicen por ser extranjeros)... y teníamos poca hambre así que pedimos sólo la "sopa de arroz y con un huevo" que era sólo parte del "menú corrido" (lo que nosotros llamamos menú ejecutivo). Lo que se nos había olvidado, es que le dicen "sopa" a la entrada... y no es necesariamente una sopa (la hermana de Roberto nos había advertido de esto)! Así que nos llegó a la mesa un plato mínimo para cada uno con arroz rojo y un huevo frito encima. Jajaja, esto nos pasó por turistas y nos dio risa mientras que la comida nos quedó en una muela... pero luego nos volvimos a impresionar con lo barato que nos salió el almuerzo! 

Mientras almorzamos notamos que comenzaría pronto a llover, así que nos fuimos rápidamente para tratar de evitar mojarnos. Igual nos mojamos un poco, pero ni tanto... lo único triste fueron las zapatillas de Roberto que llevábamos por encima del equipaje para que se secaran con el viento (habían quedado mojados desde unos días antes en el DF) y se volvieron a mojar.


Después de eso tuvimos que seguir por la misma carretera un buen rato, sólo que el sistema no se volvió a repetir y habían casetas normales de cobro. Ese día en total gastamos $11.650 pesos chilenos en tan sólo 350km. Nos habían advertido que esto podría suceder... pero lo habíamos logrado evitar hasta ese entonces.

Llegamos a Guanajuato finalmente cuando estaba comenzando a oscurecer y nos pusimos a recorrer la ciudad en busca de la dirección de un hotel que habíamos encontrado en internet el día antes. La ciudad se veía prometedora desde que llegamos, pero nos desesperamos dando vueltas y vueltas por la misma calle, sin poder hallar la numeración del hotel. Habían varios otros hoteles que se veían económicos pero ninguno tenía estacionamiento, lo que para nosotros es primordial. Cuando finalmente encontramos el hotel, resultó que las tarifas eran bastante más altas que lo publicado en internet (supuestamente había comenzado la temporada alta el día anterior a nuestra llegada). Así que con rabia pensamos buscar otro lugar donde alojar... y como era de esperarse, en ese mismo instante se largó a llover! Ni lo pensamos y volvimos directamente al hotel visto pero, entre dar la vuelta a la manzana para llegar al estacionamiento y pedir que abrieran el portón, nos mojamos completamente! Es que la mayoría de las calles son de un solo sentido y además de subida o bajada, con curvas... y de adoquín! Lo que la hace una ciudad hermosa pero difícil para una moto en estas situaciones jeje. Al instalarnos finalmente, nos relajamos y disfrutamos de un lugar seco y cómodo mientras escuchamos la fuerte lluvia por nuestra ventana. 


Dedicamos el día siguiente a pasear y recorrer la ciudad. Conseguimos un pequeño mapa, muy básico, pero suficiente para ubicarnos y armamos un simple recorrido a pie. En un comienzo lo seguimos, pero nos comenzó a entretener tanto la ciudad que dejamos de fijarnos en el mapa. Es una muy bonita pequeña ciudad, llena de arquitectura histórica (solía ser ciudad minera y ahora es patrimonio de la humanidad), museos, comida, artesanías, personajes pintorescos, sus característicos túneles, y cerros tapados con casas modestas. Además es una ciudad universitaria así que en sus calles tienen mucho movimiento y vida.





Caminábamos por una calle muy angosta y curva, cuando repentinamente nos encontramos con la Universidad de Guanajuato... un edificio imponente y maravilloso a simple vista. Nos dieron ganas de vivir cerca, sólo para estudiar ahí!



Pero tan pronto seguimos caminando, nos volvimos a sorprender con edificios espectaculares y con cada paso hicimos nuevos descubrimientos. 


Es una ciudad que tiene algo en cada rincón. Varias lindas plazas con esculturas o fuentes, calles de adoquines, letreros artesanales para los negocios, colores vivos...



Había mucha variedad de locales para comer, pero por el sector en el cual estábamos nos fue difícil hallar uno económico. Después de mucho caminar, encontramos un local que vendía porciones de pizza con un vaso de bebida gratis (más tarde volvimos a ver esa promoción en muchísimos locales al mismo precio). Mientras comíamos, comenzó a llover bastante. Esperamos bajo techo a que cesara la lluvia, pero no hubo caso y se mantuvo por un largo tiempo. Resolvimos seguir caminando bajo la lluvia y mojarnos no más ya que podríamos volver al hotel a cambiarnos de ropa. La ciudad seguía igual o más hermosa bajo la lluvia, y la gente que paseaba seguía paseando de igual modo sin importarle. Buscando techo, nos encontramos con el mercado de la ciudad el cual tiene mucha variedad de artesanía, ropa, dulces y productos alimenticios a la venta, además de muchos misceláneos "hechos en china". Es un lugar entretenido, pero no tiene comparación con los mercados anteriores que visitamos (el mejor que vimos fue el de Oaxaca, por lejos).




Volvimos al hotel a secarnos y más tarde salimos una vez más caminando, a cenar. Habíamos encontramos un barrio comercial muy cerca del hotel, así que fuimos por ahí a un restaurante casero. Esta ciudad también tiene mucho movimiento a esa hora... pero por lo que vimos, alrededor de las 9 o 10pm todo se cierra (esto parece ser común en México en ciudades pequeñas y medianas por lo que hemos visto). Así que con nada más que hacer y muy cansados por tanto caminar, regresamos al hotel una vez más. La mañana siguiente nos despedimos de la ciudad, atravesando sus interesantes túneles y dirigiéndonos a la ciudad de Guadalajara.



Volvimos a optar por las carreteras "libres", arrancando de las ahora temidas carreteras con cuota. El camino fue tranquilo, atravesando campos, plantaciones, y pequeñas ciudades y pueblos. Al tomar este tipo de ruta, cruzamos muchísimas localidades pequeñas con semáforos e incontables reductores de velocidad (esa es la parte más tediosa de evitar las carreteras "con cuota" porque las lomadas son excesivas en cantidad y la gran mayoría no está pintada ni señalizada, por lo que hay que andar con mucha precaución). De todos modos, andar por estas rutas nos da muchos beneficios (como andar a una velocidad cómoda para nosotros y poder admirar los paisajes de cerca) ya que en las grandes carreteras todos andan con más prisa y los caminos son más rectos en vez de seguir las formas del entorno. Además de todo esto, aprovechamos de mirar de más cerca la cultura y el modo de vivir de estos pueblos más pequeños. Paramos en una picada a orilla de la carretera a almorzar y comimos muy rico y muy barato (unos burritos para Roberto y unas fajitas de pollo para mí). Una vez más tuvimos que arrancar de la lluvia y salimos de ahí muy rápido.


Roberto no quiso colocarse su traje de lluvia, pero yo si me lo puse y fue casi en vano ya que nos llovió muy despacio y muy corto. Llegamos a la ciudad de Guadalajara relativamente temprano (al menos no había comenzado a oscurecer aún) y encontramos rápidamente un hotel para el que habíamos hecho reserva por teléfono más temprano ese mismo día. Estaba ubicado en pleno centro, en un barrio de estilo Patronato (barrio comercial en Santiago de Chile) y desde afuera se veía poca cosa... pero al subir las escaleras al segundo piso, donde comenzaba el hotel, era totalmente diferente. La recepcionista nos atendió muy bien, el lobby moderno y casi elegante, mientras que la habitación en sí también estaba muy bien. Debido a que el hotel está en segundo piso, no tiene estacionamiento como tal sino que tiene convenio con otro estacionamiento a un par de cuadras. Así que desmontamos todo de la moto ahí en plena calle y Roberto la fue a estacionar, mientras yo llenaba los papeleos correspondientes. La tarde estaba agradable después de la lluvia y pudimos salir a pasear un poco antes que anocheciera. Alcanzamos a ver una gran plaza frente a la catedral (que es el ícono de la ciudad) y a comer unas ricas "tortas" mexicanas, el típico sandwich mexicano pero que no habíamos probado hasta entonces. 


El día siguiente lo dedicamos una vez más a pasear a pie para conocer esta nueva ciudad. Guadalajara es bastante más grande que Guanajuato, pero su sector centro histórico se puede recorrer fácilmente en menos de un día. Prácticamente todos los edificios emblemáticos se encuentran sobre un mismo eje (posterior a la catedral) por lo que, al caminar la extensión de esa avenida, se puede apreciar casi todo. 




Puede ser debido a que nuestra visita a esta ciudad fue en fin de semana, pero nos encontramos con las calles repletas de personas paseando. Mucho comercio ambulante, shows para los niños, bailes folclóricos, y mucho movimiento en general. Tal como Guanajuato, hay muchas esculturas en cada lugar posible y fuentes de agua hermosas. 




Fue un paseo entretenido y simple, y lo mejor fue que al regresar de dar la vuelta al eje estábamos a pocas cuadras del hotel (lo que es muy bueno si estás cansado por tantos días seguidos de caminar). Estas dos ciudades fueron sorpresas muy agradables para nosotros. Desde aquí, nos dirigimos a conocer un aspecto muy diferente de México: la costa y sus playas! (pero eso es para el siguiente capítulo).

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